Ciudad clara, serena,
¿por qué, dime, me estás mirando ahora
con tu rostro más triste?
Si tan felices juntos fuimos siempre,
¿por qué me dejas aterido, a oscuras
el luminoso pasear de entonces?
Déjame que te limpie
esas lágrimas tuyas, esa lluvia,
ciudad mía, amor mío tan lejano.
Una caricia tuya bastaría
para salvarme, el roce de un recuerdo,
los jardines aquellos, las palmeras
meciéndose en la brisa,
a la orilla del río traicionado.
Un silencio de luz me bastaría;
aunque invernal y triste, sigues siendo
la más bella de todas.
Muéreme tú, pues yo no sé vivirme
lejos de ti,
y aunque sea entre lágrimas
—borrosa de jardines y palmeras—,
ya que llueves así, mírame al menos.
YO ESTOY SOLO EN LA TARDE
Yo estoy solo en la tarde. Miro lejos,
desesperadamente lejos. Quedan
por el aire las últimas palabras
de los enamorados que se alejan.
Las nubes saben dónde van, mi sombra
nunca sabrá dónde el amor la lleva.
¿Oyes pasar las nubes, dime, oyes
resbalar por el césped mi tristeza?
Nadie sabe que amo. Nadie sabe
que si llegó el amor trajo su pena.
Yo estoy sólo en la tarde y miro lejos.
No sé de dónde vienes a mis venas.
Te me vas de las manos, no del alma.
Nos separan montañas, vientos, fechas.
El amor, cuando menos lo pensamos,
se nos viste de ausencia.
Estoy en soledad. Miro a lo lejos
oscurecer la tarde y mi tristeza.
Estoy pensando en ti y estoy pensando
que acaso en soledad también me piensas.
¿Quién me dio este país y este momento
transitorio de un siglo a la deriva?
¿Quién me puso en la frente pensativa
esta alegría y este sufrimiento?
¿Quién dejó entre mis labios este acento
de dolor? ¿Quién me tiene en alma viva?
¿Quién decretó a la dicha fugitiva?
¿Quién al dolor -¿por qué?- lo hizo tan lento?
El alma hacia los cielos se dirige,
velocísimamente enamorada,
descarnada del cuerpo que la rige.
Pero el amor, de pronto, da la vuelta,
y el alma da en el pecho alicortada.
yo no sé quién me tiene y quién me suelta.
Lo de Dios ni Dios lo entiende,