Marcelino Menéndez Pelayo (Santander 1856 -1912) fue escritor, filólogo, crítico literario, historiador, político y también poeta, que es de lo que trataré en esta entrada. Sus poemas no son demasiado conocidos, y hoy en día nos puede parecer algo rimbombantes, pero están bien escritos y con buen ritmo poético.
Os copio un soneto, una octava real y una elegía.
¡Salve, titán de la cerúlea frente,
sobre el materno piélago dormido;
de tu férrea garganta amo el rugido,
amo la espuma de tu faz hirviente!
A tus arrullos despertó mi mente,
mi primer llanto resonó en tu oído,
eduqué con tu indómito alarido
mi brava condición y ánimo ardiente.
Mas ni el fragor de tus tormentas calma
esta pasión que vencedora rige
mi fe, mi corazón y mi albedrío,
ni darán tus sonrisas paz al alma,
hasta que en ti sus claros ojos fije
la eterna luz del pensamiento mío.
Marcelino Menéndez Pelayo
EN EL ABANICO DE LA MUJER DE PEREDA
Por el perfume de azahar difuso,
el naranjo escondido se revela;
el pebetero con olor profuso,
denuncia los tesoros que en sí cela;
el alma donde Dios su huella impuso
a otra alma rige y en sus obras vela;
si en sus obras hay luz, paz y hermosura
es porque emanan de otra luz más pura.
Marcelino Menéndez Pelayo
ELEGÍA
¿Por qué dicen, señora,
que es el dolor la tierra conquistada
por el moderno reflexivo numen?
¿No hay lágrimas de ardiente poesía
hasta en el polvo más menudo y leve
de los sagrados mármoles de Atenas?
Hoy mismo, ¿quién podría
llenar las soledades de tu alma,
con voz más empapada de consuelos,
que la solemne voz medio cristiana,
présaga del dolor de otras edades,
con que Menandro repitió en la escena:
«Joven sucumbe el que los Dioses aman?»
Le amaron... Sucumbió... ¡Triste destino,
nunca cual hoy profundo y lastimero!
No sé qué vaga nube,
de futura tormenta anunciadora,
cubrió mi frente, al encontrar perdida,
de un escoliasta en las insulsas hojas,
esa eterna razón de lo que muere
antes de tiempo y sin sazón cortado.
¿Te acuerdas? Otro día
la vimos centellar con luz siniestra
en el canto purísimo y sombrío
del amador toscano de la nada,
que en versos no entendidos
del vulgo vil, y a espíritus gentiles,
como el tuyo, señora, reservados,
la secreta hermandad te descubría
del amor y la muerte.
Acaso tú su altísimo sentido
con entrañas de madre penetrabas;
yo acaso me creía,
con infantil y amarga vanagloria,
digno de las recónditas caricias
que halagan al amado de los Dioses
en el tálamo excelso de la muerte;
abrazos regalados,
cual no los dio jamás mortal alguna;
besos que infunden en los labios fríos,
no eterno anhelo, mas el goce eterno
de otra inmortal, fecunda primavera,
rica de nueva flor y granos de oro. (...continúa)
(...) Continúa (Leer poema completo)
Marcelino Menéndez Pelayo