He vuelto a las islas griegas en un vuelo directo a Mýkonos (esdrújula que se suele pronunciar mal como Mykónos) y he aprovechado para darme una vuelta por esta isla turística que hace años que no visitaba. Lo que he visto es peor que lo esperado, sobre todo en cuanto a playas cubiertas de bosques de sombrillas, tumbonas y beach-clubs. Por eso, no me he considerado en el islario griego hasta que he llegado a Amorgós y ahora escribo desde Nikuria, su isla filial frente a su costa norte. Todo cambia, Amorgós y Nikuria no son el paraíso que eran 20 años atrás, pero van resistiendo y siguen seduciendo a sus visitantes con sus encantos.
ENVEJECER JUNTO A NIKURIA
Mi primer baño griego es en Nikuria,
porque pasé por Mýkonos de prólogo,
después de muchos años de abstinencia,
y no me apeteció lo que encontré;
me asustaron sus bosques de sombrillas
con tumbonas a juego y los beach-clubs
amurallando el fondo de las calas.
Esto tampoco va de isla perdida,
pero resiste bien y, aunque los peces
ya no desfilan frente a mí, la arena
tiene escasas palmeras de cañizo,
no hay tumbonas de lujo y la cantina
sirve algo de beber y poco más.
Nikuria evoluciona y yo también.
Antes clavaba parasol en playas
alejadas de todo, con el cuerpo
recostado en guijarros; Robinsón
voluntario con Viernes femenino
que quisiera esa guisa en vacaciones.
Ahora acepto gandula y sombra ajena,
si están poco pobladas y no hay música
—salvo si es la del agua con la orilla—
y el Viernes es Domingo de guardar.
Eso sí, les exijo un mar azul
sin almacén de barcas, horizontes
rotos por los perfiles de otras islas
y destellos de luz que formen puentes
que las unan en el atardecer.
Nikuria y yo envejecemos juntos,
nos seguimos queriendo y repetimos.
Nikuria, IX-2021. Ricardo Fernández Esteban ©
porque pasé por Mýkonos de prólogo,
después de muchos años de abstinencia,
y no me apeteció lo que encontré;
me asustaron sus bosques de sombrillas
con tumbonas a juego y los beach-clubs
amurallando el fondo de las calas.
Esto tampoco va de isla perdida,
pero resiste bien y, aunque los peces
ya no desfilan frente a mí, la arena
tiene escasas palmeras de cañizo,
no hay tumbonas de lujo y la cantina
sirve algo de beber y poco más.
Nikuria evoluciona y yo también.
Antes clavaba parasol en playas
alejadas de todo, con el cuerpo
recostado en guijarros; Robinsón
voluntario con Viernes femenino
que quisiera esa guisa en vacaciones.
Ahora acepto gandula y sombra ajena,
si están poco pobladas y no hay música
—salvo si es la del agua con la orilla—
y el Viernes es Domingo de guardar.
Eso sí, les exijo un mar azul
sin almacén de barcas, horizontes
rotos por los perfiles de otras islas
y destellos de luz que formen puentes
que las unan en el atardecer.
Nikuria y yo envejecemos juntos,
nos seguimos queriendo y repetimos.
Nikuria, IX-2021. Ricardo Fernández Esteban ©
En el blog he dedicado otros poemas a Nikuria. También hay otros sobre la Jora (el clásico pueblo capital) de Amorgós que para mí sigue siendo la mejor jora de las Cícladas (y eso que es dificil escoger), aquí tenéis dos: Otra vez en la Jora y ¿Cuántas capillas conviven en la Jora?.
Estos poemas están incluídos en mi libro "Por las islas griegas", revisado y ampliado en 2023,que recoge más de 25 años y más de 70 islas visitadas, con mis anotaciones sobre mis playas, restaurantes, hoteles y otros lugares preferidos. Aquí lo podéis conseguir en Amazon; si preferís las librerías físicas, hay ejemplares en Altaïr (Gran Vía 616, Barcelona).
Nikuria desde Amorgós, al fondo el perfil de Donousa |
Nikuria entre el mar bravo y el calmado |