Vuelven los tiempos navideños y con ellos el poema que cada año dedico a mis amigos y conocidos. Como siempre, no quiero que sea un poema al uso, e intento ser crítico y aprovechar estas fechas para hacer unas reflexiones en busca de un utópico mundo mejor. Ojalá que así sea, o así me gustaría.
Un año más se acerca Navidad
y, en vez de hablar de fiestas y belenes,
me interesa tratar en el poema
lo que no me ha gustado de este año
y cuál es mi deseo para el próximo.
Ya sé que mis palabras pueden ser
como el agua que filtra por la arena
y sin saciar la sed ni dejar rastro,
pero si todos afilamos lápices
quizás la voz se multiplique y llegue
a conseguir cambiar un poco el mundo.
Primero los políticos: vergüenza
es lo más suave que decir de ellos;
unos gritan e insultan al contrario;
otros niegan lo que es más evidente,
y pactan por seguir en el poder,
sin importar ideas ni programas.
Y el resto de la tropa, unos borregos
que asienten por su sueldo o sus prebendas
olvidando el compromiso con la gente
que un día los votó por sus palabras
y ensalzan a ese líder que es mendaz.
Difícil lo tenemos, compañeros.
¡Qué decir del reparto de riqueza,
si hay un uno por ciento que posee
la mitad de los bienes de este mundo!
¿Quién se atrevió a llamar humanidad
a esta desigualdad?; y si eso existe
es porque algunos piensan que el sistema
permite acumular impunemente
mientras muchos malviven sin futuro.
Esto es un polvorín y candidatos
no faltarán para encender la mecha,
pues nada tienen que perder.
En cuanto a religiones, lo que pienso
es que en vez de en los dioses celestiales
debes creer en hombres terrenales,
cambiar “el más allá” por “el acá”,
y en el nombre de dios nunca imponer
barreras a la libertad humana.
Si la fe es para algunos el placebo
que por piedad o miedo les conduce
a obrar el bien, pues bienvenida sea;
pero si incita al odio al disidente
los condeno a su inferno sin perdón.
¿Y del nacionalismo exacerbado?
Reconozco que es algo que me afecta,
porque he nacido en zona de combate,
donde algunos se creen que son mejores,
que quienes no comulgan con fronteras
basadas en la lengua. Los idiomas
son siempre para unir, no separar.
Los pueblos no han de ser supremacistas,
y cuando digo esto apunto alto
y rechazo también los patriotismos
en que unir significa unificar.
Siguiendo con las lenguas, aunque pise
las zonas delicadas de un jardín
—lo políticamente no correcto—
debo decir, y digo, que el discurso
no debe repetir cada palabra
ajustando terminación a género,
pues puestos a cambiar seré “poeto”,
“lingüisto”, “atleto” y si es preciso, juro,
los votos tomaré para ser “curo”;
lo que importa es tratarnos con respeto
en una sociedad más democrática,
y decir soy “vocala” o soy “poeto”
constituye violencia de gramática.
Disculpad esta broma y estos ripios,
pero es que la “papanatez” me indigna.
Por fin, después de criticar bastante,
me toca que me aplique a mí lo dicho
y esto no quede en versos de un poema,
sino en declaración de mi intención,
de la que os pase cuentas en un año.
Quedo emplazado y en el blog me cito
a responderos con hechos, no palabras,
cuando sea de nuevo Navidad.
Ricardo
Fernández Esteban (XII-2022) ©